lunes, 31 de agosto de 2009

ESTAR HACIENDO SIEMPRE ALGO Y ADEMÁS SOÑAR Y AMAR

La cotidianidad de nuestra existencia indiscutiblemente debe verse motivada por algo, algo en lo cual no han de faltar tres cosas en particular a saber: ALGO QUÉ HACER, METAS O SUEÑOS POR ALCANZAR Y ALGUIEN A QUIÉN AMAR. Primeramente nuestro desempeño laboral bien sea vinculados a una empresa oficial o privada o como independientes, el ejercicio espontáneo o programado de nuestro cuerpo y nuestra mente motiva tanto la existencia como saber que son la razón de ser de nuestras propias capacidades; sin el trabajo jamás se desarrollaría normalmente nuestro cuerpo e infinidad de facultades con que contamos. Gracias al trabajo y a la necesidad de involucrarnos en las diversas actividades, cada día nos hacemos más habilidosos, más capaces y conocedores, desarrollamos nuestra creatividad, afianzamos la confianza con que debemos hacer cada día más eficaz y efectiva una labor al más elevado nivel productivo, es decir con el mayor provecho.



Seguidamente, las metas que en el curso de la existencia nos proponemos alcanzar mantienen latente el anhelo por vivir y la esperanza por un futuro mejor y de más satisfacción, pues de hecho ellas hacen parte del más ferviente deseo nuestro. Algo que siempre ha motivado el diario acontecer de la vida de las personas altamente exitosas han sido sus propios sueños, todo aquello que un día se han propuesto alcanzar no obstante el grado de dificultad y lo pedregoso del camino por llegar a la meta señalada. Tener los ojos fijos en aquello que motiva el propio querer nos ofrece un día la gran recompensa traducida en satisfacción personal elevando el espíritu. Cuenta una historia que le preguntaron a un señor de avanzada edad que había logrado llegar a la cúspide de una elevada montaña cómo lo había alcanzado y el anciano sólo atino a responder: “mi corazón anhelaba fervientemente y las demás partes del cuerpo se fueron detrás”.



Alguien a quién amar ha de ser la constante que mueva nuestra entrega desmedida de afecto, en voluntad y en sensibilidad. Cuando dejamos fluir el sentimiento afectivo traducido en palabras, en reconocimientos y en obras armonizamos de una manera ejemplar con la natural existencia de la vida, pues hemos sido hechos por el amor de Dios. Amar se nos devuelve grandemente y sin pensarlo, quien ama es feliz por cuanto es esa una evidente manera de dar. Dar afecto ha de ser un gesto que dignifique la existencia del ser humano para la gloria de Dios. Tomado del libro "Servir y Ser Feliz", de OGA


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